domingo, 25 de agosto de 2013

Por culpa de esos juguetes.

Cuando era chico viví en el campo, con mis abuelos y mis hermanos.
Lo que les quiero contar sucedió en ese tiempo, en los años de mi niñez. Años que fueron muy felices. Una vida pobre y austera, pero llena de eso: de vida. 
Me da un poco de vergüenza decir, por lo que viven muchos niños en la actualidad, que siempre tuve muchos juguetes. Me sobraban, y los dejaba en cualquier parte. A veces los perdía y los volvía a encontrar días mas tarde en otros lugares, inesperados, pero cuando los necesitaba.
Si, tuve muchos juguetes. Una lata de sardinas tenía la facilidad de transformarse (cualidad que muchos años más tarde explotaron los cineastas) en una camioneta que me servía para transportar piedritas de un lado a otro. Después de un rato, se transformaba en una especie de vehículo anfibio en la vertiente que bajaba y se perdía en el arenal. ¡Ah! el arenal... era de extremo riesgo, por eso era necesaria la presencia de mis hermanos. El juego consistía en correr muy fuerte y saltar por encima de una cortadera, para caer unos metros abajo en la arena.
Por la tarde, mientras los grandes dormían la siesta, nos escapábamos y buscábamos nuestros caballos. Había que pensar qué hacer, puesto que de eso dependía la elección del animal. Si íbamos a trabajar en el campo, elegíamos uno mansito y dócil, para hacer gala del caballo. Pero si había que "compadriar"1, elegíamos algún redomón2, para hacer gala del jinete. Después de un tiempo, nuestros caballos volvían a ser palos de sauces, y nosotros elegíamos actividades más tradicionales, que las gallina temían. Con mucha habilidad, fabricábamos boleadoras de trapo, y corríamos por el patio boleando las gallinas de la abuela. Cansados, más tarde, tomábamos nuestros helicópteros (nueva función de la lata de sardinas o de cualquier otro objeto que no tuviera ninguna forma aerodinámica) y las raíces grandes de un viejo sauce se convertían en misteriosas montañas, donde el viento fuerte era la mayor dificultad para que pudiéramos aterrizar. Éramos muy buenos pilotos. Los diarios de aquellos años nunca registraron un solo accidente.


Cuando el sol se estaba yendo, nos avisaban: ¡A juntar leñita para encender el fuego mañana!
Entonces, sin guardar los juguetes, hacíamos lo que nos pedían. 

Y muchas veces escuchábamos los retos de la abuela: ¡por andar jugando, se olvidan de lo que tienen que hacer!
Pasaron muchos años y recuerdo con cariño ese tiempo.


Por eso les quería contar que... que... que...
¡No! Otra vez. Otra vez, por culpa de esos juguetes...


Amigo lector: le pido disculpas. Querida abuela: usted sigue teniendo razón.

Aldo




1 "Compadriar", o compadrear. Término que alude al galanteo, al mostrar las cualidades para ser admirado.
2 Redomón es el potro que está en proceso de amanse, por lo que montarlo es tarea de arriesgados y sabedores.

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